El régimen iraní, condenado a tolerar los avances sociales de las nuevas generaciones
La manera de vivir hoy en día en Irán está bastante alejada de la moral rigorista y conservadora oficial
Muchas cosas han cambiado en Irán desde que el triunfo de la revolución en 1979 instaurara la República Islámica. El país sigue gobernado por los ayatolás, sometido a una moral rigorista y conservadora. Pero por debajo de la ideología oficial, la sociedad ha cambiado, impulsada por el deseo de las nuevas generaciones de tener lo que ellos llaman una “vida normal”. La manera de vivir está hoy bastante alejada de la que predica el régimen
“¿Por qué nunca nos cuentan esto?”, preguntaba un ejecutivo europeo semanas atrás cuando, encontrándose en una feria en Teherán, había sido invitado a una fiesta en el norte de la ciudad. El jardín de la casa, cuidadosamente diseñado con diferentes clases de árboles, esculturas y una estructura de hierro desgastado que en conjunto crean un provocativo lugar de relajación en medio de esta urbe donde cada día aparecen nuevas torres, era el lugar donde se reunía casi un centenar de personas que se habían dado cita para ver uno de los partidos de la selección iraní en el Mundial de fútbol.
Todo alrededor era impecable. Algunas de las invitadas iban con trajes vaporosos que resaltaban el bronceado de su piel –muchas veces adquirido desde comienzos de la primavera en las islas iraníes del golfo Pérsico– y los hombres les hacían juego con sus camisas y zapatos cuidadosamente elegidos. Como es normal en este tipo de fiestas, la mayoría se paseaba con bebidas adquiridas en el mercado negro, en esta ocasión whisky, vodka y vino rosado que ayudaba a menguar el calor de aquella noche de junio. El alcohol está prohibido, pero como sucede con otros productos considerados ilícitos, es de fácil acceso en el mercado subterráneo o se prepara en casa, como es el caso del arak, una especie de orujo hecho de uvas pasas y que es el que más se consume en el país.
Este esplendor que llamaba la atención del ejecutivo europeo pertenece a una parte de la sociedad que está lejos de representar a la mayoría, mucho más ahora que el rial ha perdido más del 50% de su valor en los últimos meses, pero si esa misma noche se hubiera dado una vuelta por otros barrios de Teherán (suponiendo que hubiera tenido acceso a las casas) su sorpresa habría sido aún mayor. Se hubiera encontrado con cientos de reuniones donde hombres y mujeres seguían el partido en compañía de unas buenas copas, tal como es costumbre en sectores de esta ciudad donde las residencias privadas se han convertido en espacios alternativos. Algunos jóvenes más tradicionales pero con dinero alquilan viviendas destinadas sólo a la diversión. Y los que no pueden pagarlo se escapan a las montañas o al desierto cuando pueden.
Irán es el segundo consumidor en la región de maquillaje, antaño prohibido
En algunas épocas la preocupación por la persecución de la policía se hace mayor, aunque varía según el ambiente político del momento. Pero más allá de la presión que puedan ejercer las autoridades, este tipo de reuniones son un ejemplo de cómo un sector importante de la sociedad, impulsada por el deseo de las nuevas generaciones de tener lo que ellos llaman una “vida normal”, ha ido creando una manera de vivir alejada de aquella que quiso imponer la República Islámica desde su creación en 1979.
Numerosas imágenes de hoy no tienen nada que ver con las que buscaba el sistema político-religioso que ha gobernado el país desde la victoria de la revolución, que entre otras imposiciones instauró el uso del hiyab y castigaba a las mujeres cuando compartían espacios con hombres ajenos a su familia sin estar cubiertas. Los ejemplos de ese distanciamiento no tienen fin.
El maquillaje, entonces prohibido, hoy se extiende hasta el punto que Irán es el segundo país de Oriente Medio donde se consumen más productos de belleza después de Arabia Saudí. Los centros comerciales, ese símbolo de la cultura occidental que tanto se rechazó, se multiplican en las diferentes ciudades al igual que las hamburgueserías. La gabardina con la que se tuvieron que cubrir las mujeres pasó a convertirse en un objeto de moda que ha creado un mercado increíble en el país, especialmente para decenas de diseñadoras.
Y así sucesivamente. Los cambios van tan rápido que aquellas imágenes que se podían tener de Irán hace diez o cinco años, ya no reflejan el país. Husein es uno de los tantos dj que promocionan su trabajo en Instagram, la aplicación más famosa en Irán después de Telegram y que es utilizada por muchos jóvenes para mostrase tal como son. Su página es uno de los miles de ejemplos de la transforma-ción de la sociedad, pero también de cómo conviven la tradición, la religión y la modernidad. En las fotos se le ve animando bodas de estilo occidental en las que hombres y mujeres sin velo bailan al ritmo de sus canciones, que controla desde un escenario lleno de luces.
Este tipo de bodas, que en teoría están prohibidas, se han convertido en una tendencia extendida en las grandes ciudades hasta el punto que las autoridades han tenido que hacer la vista gorda, al igual que lo hacen ante decenas de cambios sociales. La ley sigue siendo la misma, la justicia sigue persiguiendo a quien quiere salirse del camino y el pensamiento conservador sigue imperando, pero implícitamente las autoridades han tenido que relajar la presión en algunos casos dando paso a mayores cambios.
Ir cogidos de la mano o abrazarse es hoy una normalidad impensable
Últimamente es frecuente ver una joven con chador caminando junto a otra que ha dejado caer completamente el velo y luce su cabellera libremente por las calles, una imagen cada vez más común en Teherán desde que en enero pasado varias jóvenes se atrevieran a levantar su pañuelo en protesta por su imposición. La joven religiosa siente que ese manto negro que la cubre por completo sirve como escudo protector para su compañera, que quiere tener la opción de poder llevar su cabeza descubierta.
Esa sola imagen abre un universo de contradicciones donde queda en evidencia el distanciamiento que han hecho muchos religiosos de las políticas del régimen, un quiebro que se hizo más patente tras las protestas del 2009, cuando el poder mostró su cara más violenta para reprimir la contestación de jóvenes y mujeres. Miles se alejaron del sistema, llegaron a la conclusión de que la religión no tendría que mezclarse con la política. Los coletazos del terremoto que representó lo que entonces se llamó el movimiento verde se han venido sintiendo hasta hoy.
La avenida Enquelab, donde aquellos jóvenes se echaron a la calle primero para hacer la revolución en 1979 y luego para pedir reformas en el 2009, hoy está invadida por restaurantes, cafés, librerías y espacios culturales, incluidos teatros independientes que siempre están llenos de público joven. Los cafés especialmente son pequeñas burbujas de libertad en las que en algunos casos se celebran conciertos de grupos locales, que hasta hace poco sólo podían hacerse en salas con permiso especial. Y las calles, que fueron vedadas como espacio de sociabilidad desde la revolución, muy lentamente han ido siendo recuperadas por los jóvenes, sin importar sexo. Ir cogidos de la mano o incluso abrazarse ha adquirido una normalidad que décadas atrás era imposible de imaginar.
Sara es uno de los nuevos rostros de Enquelab. Tiene 25 años y para completar sus ingresos mensuales toca el setar, un instrumento tradicional persa. Como otras jóvenes, vive de ser música callejera en un país que no está acostumbrado a que las mujeres ejerzan este oficio. Las mujeres incluso todavía tienen prohibido cantar en solitario frente a un público que no sea exclusivamente femenino. Pero esto no es impe-dimento para ella. “Yo quería demostrarme a mí misma que era capaz y que podía vencer el miedo”, contaba un día. Sus padres, originarios del noreste de Irán, saben lo que hace y la apoyan. Nunca le ha pasado nada ni nadie le ha preguntado por qué lo hace. Este es sólo un caso más en el que las normas del régimen y el impulso social chocan y terminan por crear una nueva realidad.